Con la llegada del verano, una de las cosas que toca es: la-visita-al-pueblo.
En mi caso, que soy así de acaparadora, tengo dos pueblos que visitar (el adoptivo y el de nacimiento). Por lo que mis visitas son más bien maratones. Intento ver a todo el mundo, amigos, familia, y de paso, sólo de paso, ir a la playa. *guiño, guiño*…
Por que… qué es una escapada de Madrid si no vas a la playa (vaya vaya)??
Hablemos del pueblo, de volver de visita tras un tiempo explorando la gran ciudad… Hablemos de las amapolas.
Papaver Rhoeas
Y digo yo, ¿qué hay más de campo que las amapolas? Me encantan las Papaver rhoeas (que se note que estudié Ciencias Ambientales); pero soy tan de campo como los semáforos y tan de ciudad como las amapolas. Al final, no perteneces ni a un sitio ni a otro. Pero te quedas con lo mejor de cada uno. Necesitas salir de la ciudad a oxigenarte y vas de visita al pueblo… y en el pueblo duras dos telediarios de los de agosto (que son 10% de noticias y 90% de relleno). Porque una vez has visto a la familia y amigos, has bebido las cervezas pertinentes, has ido a la playa y lo has hecho todo… seamos sinceros: te aburres. Mortalmente. Letalmente. Venga, no tanto.
Me gusta ir de visita al pueblo. Me encanta. Pero a los 3 días el cuerpo me pide Madrid en vena. Y es que, es curioso, pues en esta última visita, al llegar, pensé: «Ya en casa». Y seguidamente, mi hilo de pensamientos fue a un: «¿¡qué casa?!» Ya no siento que este lugar sea mi casa…». A los 5 minutos estaba dejando la maleta en mi habitación de la adolescencia, llamando a los amigos para tomar unas cañas, y se me pasó la tontería al primer sorbo, para qué nos vamos a engañar, que yo a veces tengo los sentimientos de una alpargata.
Me gusta volver y sacar el kitty car de paseo (mi coche). Me gusta preguntar por los cotilleos nuevos, por las familias, hermanos, amigos, embarazos, casamientos y divorcios, por los avistamientos extraterrestres y por la salud de todos. Que soy muy curiosa, vaya. También me gusta contar todas mis novedades por triplicado y crear debate en torno a mi vida sentimental y laboral. Porque en el pueblo no pasa nada, sigue igual, mientras a mí me pasa TODO. A veces siento que viajo al pasado cuando vuelvo. No porque no haya llegado la luz o la interné al pueblo, sino porque todo sigue igual que cómo lo dejé. Salvo que la gente se empeña en casarse y reproducirse, así que si tardo mucho en volver, puede que se hayan multiplicado demasiado y no pueda verlos a todos en una sola visita.
Es chachi (reveindiquemos el uso y abuso de esta palabra!) que te saluden por la calle, ver rostros conocidos en todos lados, que tu madre te diga que has adelgazado (menos esta vez, que no me ha dicho nada…), que tu hermano pague la ronda, que se alegren de verte y no huyan, no perderte (o sí, para variar, que yo tengo la brújula en el trasero), que los lugares estén a poca distancia, que te lleves millones de abrazos, y que el tiempo se ralentice de nuevo… En los pueblos ocurre que el tiempo no pasa TAN deprisa. Llega y se lo toma con calma. Con mucha calma chicha.
Por supuesto, yo no hago visitas, hago mini-mudanzas, en cuanto a equipaje se refiere. Parece que siempre lleve el armario a cuestas y es que una nunca sabe que se va a poner, que va a necesitar y llena la maleta de TO-DO. Iba a decir de «por si acasos«, pero muchas veces la lleno de «sin sentidos» y ropa que no es que no combine, es que se pelea, se declara la guerra entre ella.
Y por no hablar, no hablemos de los acentos y la jerga. Es otro idioma: «el provinciano«. Las expresiones son más divertidas y, gracias a Dios, se me olvida por unos días el pijerismo que adquiero en Madriz y vuelvo a hablar como una auténtica MOZA (jamelga, jaca, cordera… rico idioma el provinciano, oigan), pero sigo sin tener tierras, sólo dos tiestos. En otro momento dedicaré una entrada entera a hablar sobre las particularidades del idioma, las jergas y los provincianismos… que dan para mucho. O no, pero son divertidos.
Es necesario volver al pueblo, de vez en cuando, para que no se olviden de tu cara y para visitar a la mami, claro. En el pueblo empezó todo. Y volver te ayuda a recordar por qué te fuiste. Eso sí, yo seguiré siendo una amapolilla de campo, pero que se confundió y se transplantó en la ciudad.
Una amapola: Plantá en un tiesto.
Menos mal que ya es viernes